VENTANAS DE MANHATTAN
Hace mucho, pero que mucho tiempo, casi cuando aún se escribía con punzón y tablilla de cera, había un concurso literario en el instituto al que yo, cuando no tenía dinero para pasar la mañana en la cafetería y hacía mal tiempo para quedarse leyendo en el parque, acudía. Servidora de ustedes ganaba el concurso todos los años por el dudoso mérito de ser la única en presentarse. En mi último curso dos de los profesores, que me conocían como si me hubieran parido, establecieron como premio (es decir, me regalaron con los fondos del instituto) una novela que no me sonaba de nada. Se llamaba El invierno en Lisboa y en la portada podía verse un grupo de jazz. Yo, que por entonces andaba con la fiebre de esa música metida hasta la médula, me cargué el librito sin apenas respirar. Era una novela negra ambientada en el mundo del jazz y que transcurría entre San Sebastián y Lisboa. Me enamoré perdidamente de todo lo que encontré en ella: de las luces exquisitas, de las sombras profundas, de los matices, de los personajes, de los lugares, de las palabras. Muchas noches pasé en vela releyendo El invierno en Lisboa (se lee entera justo en una noche) hasta que pude conseguir otra obra de su autor, Antonio Muñoz Molina. Luego vinieron Beltenebros, El jinete polaco, Las otras vidas, Los misterios de Madrid, Plenilunio, Nada del otro mundo, Beatus Ille, Carlota Fainberg, la maravillosa Sefarad, En ausencia de Blanca, Ardor guerrero... Y siempre, ya se tratase de un cuento de miedo o una reflexión histórica, siempre he tenido una sensación extraña de reconocimiento, de ingresar de en un mundo que no es de nadie más que mío, de regresar a un hogar hace tiempo perdido.Ahora acabo de terminar otro libro de Antonio Muñoz Molina y tengo de nuevo ese sentimiento agridulce de enriquecimiento y desahucio. Esta vez es Ventanas de Manhattan. Ventanas de Manhattan no es exactamente una novela: es un conjunto de impresiones, de pensamientos novelados y de historias de cuando vivió en Nueva York para dirigir el Instituto Cervantes. Muñoz Molina es el observador perfecto: no juzga ni selecciona, sino que trata de contar todo lo que ve, pero pasándolo por el tamiz de toda su sabiduría, su cultura y su inteligencia. Él mismo comenta esta forma de mirar, casi al final de Ventanas de Manhattan:
Revivo en Manhattan el estado de trance que conocí en una plaza de Granada una tarde de verano, cuando tenía veinticinco años, cuando descubrí de pronto, ligero de biografía, con mi primer trabajo y mi primer apartamento alquilado, contagiado por la lectura de De Quincey y de Baudelaire, que el espectáculo de la ciudad a mi alrededor contenía todas las posibilidades de la literatura, y que todo lo que veían mis ojos merecía ser celebrado y contado (...).
La Plaza Nueva de Granada
Las ventanas a las que alude el título son, claro está, las de los edificios, pero son también las de los cuadros que han retratado Manhattan (Muñoz Molina es historiador del arte, y un adorador irredento del arte contemporáneo), las miradas de los artistas que la han reflejado o las infinitas formas en que puede ser contemplada.
Para una mirada europea, española, Edward Hopper es un pintor de figuras hieráticas y lugares neutros o abstractos, de extrañas habitaciones con muebles rudos y grandes y ventanas enormes que dan a edificios de ventanas idénticas o a paisajes despoblados, bosques oscuros o colinas peladas y bajas como dunas. En sus cuadros se ven escenas nítidamente recortadas y al mismo tiempo veladas de misterio, figuras detenidas en gestos, ensimismadas en tareas que parecen poseer una significación muy profunda , completa en sí misma, pero también inaccesible, como fotogramas aislados de películas cuyo argumento nos es desconocido. Pero esa es la visión de quien se pasea de noche por un barrio tranquilo de Nueva York, por las calles residenciales de Chelsea o del Upper West Side, y mira desde la acera en sombras las ventanas de comedores o bibliotecas o de pequeñas oficinas escenas fragmentarias en las vidas de los desconocidos, gente que lee el periódico junto a una lámpara encendida, en un sillón tan rojo y ancho como ciertos sillones de Hopper, o que en mitad de una habitación se queda pensando, queriendo recordar algo que iban a hacer o a buscar y que han olvidado. Entonces el recuadro de la ventana es el marco exacto de una pintura, y ese hombre o esa mujer que están haciendo o pensando algo vulgar y que no son más ricos o más atractivos ni llevan vidas más memorables que la nuestra adquieren a la luz de la lámpara, en la distancia y la sombra que las separan de la calle, el enigma de algo que nos gustaría saber y no descubriremos nunca, el prestigio de una existencia armoniosa, protegida, serena, quizás demasiado reflexiva y un poco melancólica, más sustancial que la nuestra.
Hopper: Room in New York
Hopper: Hotel lobby
Caminante incansable, cuaderno en ristre y mochila al hombro, disfruta reflejando cada matiz de la ciudad con su impagable mirada:
Hay lugares de la ciudad que uno descubre por sí mismo en sus caminatas solitarias y otros que le son revelados como un regalo generoso de la amistad o el amor. Se puede regalar lo que uno más ama, cierta perspectiva al fondo de una calle, un parque pequeño junto a un puente, un café, un club de música, hasta un instante de la luz. Ese regalo intangible enriquece a quien lo ha hecho y se vuelve un tesoro enaltecido por el agradecimiento para el que lo recibe, en un recuerdo y también en la posibilidad de otro regalo.
Y, cómo no, sus visitas a los clubes de jazz:
A diferencia de en los discos, aquí se ve que la música es un trabajo, hecho de obstinación y resistencia, no una conjunción de sonidos brotados como de ninguna parte, nacidos tan sin esfuerzo como surgen asépticamente de los altavoces donde suena un cedé. Presencias reales: la música la está haciendo alguien, ahora mismo, en un sitio mercenario y vulgar, hombres que se ganan así parte de la vida y que dentro de un rato, cuando terminen de actuar, pasarán entre las mesas con un cubo de plástico donde la gente echará o no echará billetes de un dólar.
Dedica también varios capítulos al atentado contra el World Trade Center, que le pilló allí; observaciones sin duda curiosas y valiosas, pero que a mí me saturaron un poco, tal vez por todo el bombardeo informativo al que nos sometieron en su día. Habla además de su trabajo, de sus alumnos, de la emigración, de las palabras de Cervantes, y cada frase es una pincelada imprescindible en el Manhattan de Muñoz Molina y un regalo inestimable para el lector.
Enlaces:
Biografía de Muñoz Molina.
Argumentos de sus obras.
Están en Emule:
Plenilunio.
Córdoba de los Omeyas.
El dueño del secreto (formato audiolibro).
Los misterios de Madrid.
Sefarad.
Beltenebros.
Beatus Ille.
El jinete polaco.
Diario del Nautilus.
El invierno en Lisboa.
Ardor guerrero.
En ausencia de Blanca.
Biografía de Muñoz Molina.
Argumentos de sus obras.
Están en Emule:
Plenilunio.
Córdoba de los Omeyas.
El dueño del secreto (formato audiolibro).
Los misterios de Madrid.
Sefarad.
Beltenebros.
Beatus Ille.
El jinete polaco.
Diario del Nautilus.
El invierno en Lisboa.
Ardor guerrero.
En ausencia de Blanca.
Etiquetas: Literatura
5 Comments:
Tengo Invierno en Lisboa en casa y he estado a punto de cogerlo en mas de una ocasión, pero siempre acababa anteponiendose algún otro libro, acabas de hacerle ganar puestos en la lista de pendientes ;) Muy interesante el comentario y las citas .
Leedlo mientras escuchais la Canción de Miles Davis y pensareis que estais recorriendo manhatan como en una peli de woody allen ;P
Muy interesante reportaje. Lo pondré en mi lista de libros por leer. Un cordial saludo y hasta la próxima.
Pues al leer este post, recordé por alguna razón las antiguas novelas policiacas de Mike Spillane. Nada sofisticado, solo novelas detectivescas, pero la mar de entretenidas.
Tu post me remitió a ese entonces, al Manhattan de los 50's. Quizás por influencia de los cuadros de Hopper, o porque ya tengo esa predisposición, aunque ya he estado ahí. Mentalmente quedé muy influenciado por esa primera impresión que me llevé de niño.
¿Ah, sí, Mytho? ¿Y es verdad, como dice Muñoz Molina, que Manhattan es realmente como lo pintan las películas? Uno, desde Europa, tiende a pensar que exageran un poco, pero todo el que ha ido dice que no.
Pues es verdad Susana. Quizás si hay algo de romanticismo por parte del espectador que añade algo de atmósfera al conjunto, pero puedo afirmar sin temor a equivocarme que toda la ciudad parece un enorme set cinematográfico.
Aunque confiezo que no la conocí toda. Quizás en las partes más marginales las cosas sean aun mas terribles que lo que nos quieren pintar en las películas, ¡o tal vez mejores! Uno nunca sabe :)
Publicar un comentario
<< Home