SUSANA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS (II)
Ando pletórica últimamente. En cuestión de unos días me han caído varios regalos a cuál mejor (y a cuál más inmerecido, también). Jo, qué suerte tengo. En fin, tanto me han gustado que no puedo resistir la tentación de compartirlos con ustedes:1.- Disco: Tindersticks-Segundo disco (¡Gracias, Luis!).
Tindersticks es un grupo británico que lleva desde 1991 haciendo música. Su cantante, Stuart Ashton Staples, tiene una voz de barítono característica y cargada de melancolía (a mí me recuerda al Leonard Cohen de los últimos años). Utilizan, además de los instrumentos habituales en el rock, trompetas, clarinetes, violines, vibráfonos... Hacen ese tipo de canciones que nada más escucharlas se convierten en especiales, pero que cada vez que se vuelven a escuchar nos dicen algo distinto.
Este disco (que no tiene título) contiene canciones irrepetibles, fantásticas, pero les voy a dejar con la más conocida. Es con la que, años ha (cómo pasa el tiempo), y también gracias a Luis, conocí a este grupo: Tiny tears.
Y esta es, de momento, mi favorita: Cherry blossoms.
Si quieren más, en Emule están tanto la discografía completa como canciones y discos sueltos.
2.- Libro: Sergio Parra-La moleskine (¡Gracias, Sergio!)
Sorpresas te da la vida, que decía la canción. Después de leer Jitanjáfora, comencé La moleskine esperando otro relato plagado de fantasía y guiños intelectuales. En lugar de eso, me he encontrado con una breve (se lee en un rato) historia sobre dos mujeres que tratan, cada una a su manera, de sobrevivir en el mundo. Una de ellas, Carmela, es una chica sensible que anhela el cariño por encima de todo, que tiene problemas con la comida y que siempre se ha visto marginada por su aspecto físico. La otra, Raquel, es una joven práctica, con una mentalidad científica y contestataria. La moleskine es una novela sobre las relaciones humanas, sobre el amor, sobre la soledad, sobre la importancia de las apariencias, sobre la vida. Una montaña rusa de emociones de la que uno, una vez subido, ya no quiere bajarse, con sensaciones tan perfectamente reflejadas que envuelven irremisiblemente al lector como si él mismo las estuviera viviendo.
Cuenta Sergio Parra que, cuando esta novela ganó el Premio de Narrativa Jóvenes Escritores Caja Castilla La Mancha-Valentín García Yebra (de aquí en adelante, si hubiera que mencionarlo de nuevo, El Premio), quedaron sorprendidos de que el autor no fuese una mujer. No me extraña. Queridos lectores, no se me vayan a enfadar, porque no pretendo ser machista, ni feminista, ni nada, pero considero probado que las mujeres, debido en parte a la distinta configuración de nuestro cerebro y en parte a la cultura (probablemente más a lo primero) pensamos de forma distinta a los hombres. Y no sé si algún CPAero masculino me lo querrá negar, pero la mayoría tenemos miga. Ni mejor ni peor, pero miga. Sin embargo, La moleskine es una incursión perfecta en la psicología de dos mujeres, hasta un punto que jamás habría esperado en un hombre. Chapó.
Les transcribo un fragmento. No digo que sea el mejor (soy incapaz de elegir), pero de entre todo el abanico de sensaciones y pensamientos de la novela, creo que es el más intenso:
Cuando el coche de Sergio hubo desaparecido por las calles de Barcelona, derrapando y dejando tras de sí dos estelas de goma quemada en el descampado donde había abandonado a Carmela, ésta comenzó a temblar, y la congoja la dejó sin resuello. El cielo, por su parte, se fragmentó en un millar de trozos con un chasquido de fusta, y las esquirlas se desmoronaron sobre la ciudad en un aguacero apocalíptico. En pocos segundos se vio cubierta de agua, y los temblores de Carmela aumentaron en intensidad, incapaz de asimilar que le habían amputado la inocencia, su porción Disney.
El cabello, apelmazado, se le adhería a la cabeza y al rostro como si se hallara embadurnada de alquitrán, formándole un antifaz macabro. La ropa, otro tanto de lo mismo. Sus zapatos se anegaban del barro por el que avanzaba con paso bizco, dando tumbos como un beodo desnortado. Y los temblores aumentaban. Deglutió saliva a fin de asimilar de una vez por todas los restos de semen que le atoraban la garganta, en un vano intento de purgarse la desazón, ya que el sabor salado y vejatorio no desaparecía por más que escupía.
No cesaba de repetirse por qué la habían herido, por qué a ella que a nadie había hecho daño. Pero las palabras naufragaron entre sollozos y la copiosa lluvia, y las marcas que evidenciaban el itinerario de las lágrimas por sus mejillas también se desdibujaron.
Anduvo errante bajo el aguacero y los relámpagos, cruzando las calles desiertas, hundiéndose en los charcos de los chaflanes, los alcorques, los baches y los badenes del asfalto bruñido por el agua. El cielo se deshacía y se precipitaba repiqueteando sobre el cuerpo de Carmela, dibujando, delimitando con meticulosa exactitud sus contornos abultados y protuberantes, flácidos y abolsados, blandos y abotargados por la obesidad, y los relámpagos, cual luces estroboscópicas de aquel espectáculo truculento de degradación, hacían aparecer y desaparecer en trallazos de rutilantes destellos a aquel monstruo de la naturaleza. "¡Vean a la mujer elefante, a la vaca bípeda, qué triste está!", se podía escuchar entre la vorágine meteorológica si uno aguzaba el oído, en un tono enfático y carente de toda conmiseración, como quien ilustra las penurias de un animal abyecto, una rata, una alimaña, una cucaracha o un perro enzarzado con un congénere en una pelea clandestina, que nos inspira asco y diversión sádica a partes iguales, pero ni un atisbo de compasión.
Avanzaba con la mirada inexpresiva, inerte, extraviada en el infinito, y las facciones esculpidas por el estupor y la desorientación, facciones pétreas que la acompañarían hasta el sepulcro. El sufrimiento escarbaba sus entrañas; y esta vez nada ni nadie podía actuar como bálsamo, porque todo, el mundo real y el imaginario, se había fundido en idéntico magma pestilente. Se sintió más sola que nunca, y un único pensamiento sobrenadaba en la turbamulta de sensaciones inconexas. Un pensamiento que se superponía a los latigazos de amargura, a las imágenes degradantes que corrían por su mente en una sucesión desbocada, desde su infancia a la actualidad, a las palabras y a las frases que le habían dedicado durante su existencia de animal deforme, de cerda mantecosa que todo el mundo rehuía ("Ahora ya te puedes bajar del coche"
Ese pensamiento consistía en correr hacia su casa con el firme propósito autodestructivo de engullir comida hasta reventar. De esta forma, antes de morir, asistiría a la destrucción de sus estómago, que emergería a borbotones rojos y calientes de entre las estrías que parcheaban su piel, una amalgama indisociable de tripas mezcladas con empanadas, torreznos asados, bollos, sirope de fresa, pasteles de crema, salchichón, buñuelos, trufas, macarrones con queso gratinado y tortillas de mil sabores, y todo aderezado de blancuzco dolor fermentado y hediondo.
Román Alís es (era, porque falleció en octubre del año pasado) compositor y profesor de conservatorio en Palma de Mallorca, su ciudad natal (y la mía, dicho sea de paso). Su música, como la de muchos compositores contemporáneos, no es de fácil digestión, pero tiene algo. Por encima de alardes técnicos o complejidades formales, la música de Román Alís habla a lo más profundo de la mente y la memoria.
Salvador Espriu es tal vez la mejor razón por la que algún día aprenderé catalán. Me encantan sus poemas, y la poesía traducida pierde mucho.
En este disco, cuyo nombre significa (corríjanme, por favor) "Canciones de la rueda del tiempo", se recogen doce canciones, con música de Román Alís sobre poemas de Salvador Espriu, en torno al tema del tiempo. Y ahora es cuando yo me quito el sombrero y les dejo con la obra de estos dos artistas:
CANÇÓ DE LA PLENITUD DEL MATÍ
Llum de retorn de barca:
la solitud guanyada.
A l'or caminat de día,
llum de retorn de barca.
Sóc. I e un lleu, benigne
hálit de vida d'aire,
per mar i somnis duia
la solitud guanyada.
(CANCIÓN DE LA PLENITUD DE LA MAÑANA
Luz de retorno de barca:
la soledad ganada.
En el oro caminado del día,
luz de retorno de barca.
Soy. Y en un leve, benigno
hálito de vida de aire,
por mar y sueños llevaba
la soledad ganada.)
Etiquetas: Literatura, Música
3 Comments:
Llevas una racha, que nos das una envida cochina...
Je, je, te comprendo... ;-)
Dios... Qué emocion... ¿Racha de envidia? ¿De qué estamos hablando? ¡El pueblo quiere saber!
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