miércoles, febrero 28, 2007

SUSANA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS (II)

Ando pletórica últimamente. En cuestión de unos días me han caído varios regalos a cuál mejor (y a cuál más inmerecido, también). Jo, qué suerte tengo. En fin, tanto me han gustado que no puedo resistir la tentación de compartirlos con ustedes:

1.- Disco: Tindersticks-Segundo disco (¡Gracias, Luis!).

Tindersticks es un grupo británico que lleva desde 1991 haciendo música. Su cantante,
Stuart Ashton Staples, tiene una voz de barítono característica y cargada de melancolía (a mí me recuerda al Leonard Cohen de los últimos años). Utilizan, además de los instrumentos habituales en el rock, trompetas, clarinetes, violines, vibráfonos... Hacen ese tipo de canciones que nada más escucharlas se convierten en especiales, pero que cada vez que se vuelven a escuchar nos dicen algo distinto.

Este disco (que no tiene título) contiene canciones irrepetibles, fantásticas, pero les voy a dejar con la más conocida. Es con la que, años ha (cómo pasa el tiempo), y también gracias a Luis, conocí a este grupo: Tiny tears.



Y esta es, de momento, mi favorita: Cherry blossoms.




Si quieren más, en Emule están tanto la discografía completa como canciones y discos sueltos.

2.- Libro: Sergio Parra-La moleskine (¡Gracias, Sergio!)

Sorpresas te da la vida, que decía la canción. Después de leer Jitanjáfora, comencé La moleskine esperando otro relato plagado de fantasía y guiños intelectuales. En lugar de eso, me he encontrado con una breve (se lee en un rato) historia sobre dos mujeres que tratan, cada una a su manera, de sobrevivir en el mundo. Una de ellas, Carmela, es una chica sensible que anhela el cariño por encima de todo, que tiene problemas con la comida y que siempre se ha visto marginada por su aspecto físico. La otra, Raquel, es una joven práctica, con una mentalidad científica y contestataria. La moleskine es una novela sobre las relaciones humanas, sobre el amor, sobre la soledad, sobre la importancia de las apariencias, sobre la vida. Una montaña rusa de emociones de la que uno, una vez subido, ya no quiere bajarse, con sensaciones tan perfectamente reflejadas que envuelven irremisiblemente al lector como si él mismo las estuviera viviendo.

Cuenta Sergio Parra que, cuando esta novela ganó el Premio de Narrativa Jóvenes Escritores Caja Castilla La Mancha-Valentín García Yebra (de aquí en adelante, si hubiera que mencionarlo de nuevo, El Premio), quedaron sorprendidos de que el autor no fuese una mujer. No me extraña. Queridos lectores, no se me vayan a enfadar, porque no pretendo ser machista, ni feminista, ni nada, pero considero probado que las mujeres, debido en parte a la distinta configuración de nuestro cerebro y en parte a la cultura (probablemente más a lo primero) pensamos de forma distinta a los hombres. Y no sé si algún CPAero masculino me lo querrá negar, pero la mayoría tenemos miga. Ni mejor ni peor, pero miga. Sin embargo, La moleskine es una incursión perfecta en la psicología de dos mujeres, hasta un punto que jamás habría esperado en un hombre. Chapó.

Les transcribo un fragmento. No digo que sea el mejor (soy incapaz de elegir), pero de entre todo el abanico de sensaciones y pensamientos de la novela, creo que es el más intenso:

Cuando el coche de Sergio hubo desaparecido por las calles de Barcelona, derrapando y dejando tras de sí dos estelas de goma quemada en el descampado donde había abandonado a Carmela, ésta comenzó a temblar, y la congoja la dejó sin resuello. El cielo, por su parte, se fragmentó en un millar de trozos con un chasquido de fusta, y las esquirlas se desmoronaron sobre la ciudad en un aguacero apocalíptico. En pocos segundos se vio cubierta de agua, y los temblores de Carmela aumentaron en intensidad, incapaz de asimilar que le habían amputado la inocencia, su porción Disney.

El cabello, apelmazado, se le adhería a la cabeza y al rostro como si se hallara embadurnada de alquitrán, formándole un antifaz macabro. La ropa, otro tanto de lo mismo. Sus zapatos se anegaban del barro por el que avanzaba con paso bizco, dando tumbos como un beodo desnortado. Y los temblores aumentaban. Deglutió saliva a fin de asimilar de una vez por todas los restos de semen que le atoraban la garganta, en un vano intento de purgarse la desazón, ya que el sabor salado y vejatorio no desaparecía por más que escupía.

No cesaba de repetirse por qué la habían herido, por qué a ella que a nadie había hecho daño. Pero las palabras naufragaron entre sollozos y la copiosa lluvia, y las marcas que evidenciaban el itinerario de las lágrimas por sus mejillas también se desdibujaron.

Anduvo errante bajo el aguacero y los relámpagos, cruzando las calles desiertas, hundiéndose en los charcos de los chaflanes, los alcorques, los baches y los badenes del asfalto bruñido por el agua. El cielo se deshacía y se precipitaba repiqueteando sobre el cuerpo de Carmela, dibujando, delimitando con meticulosa exactitud sus contornos abultados y protuberantes, flácidos y abolsados, blandos y abotargados por la obesidad, y los relámpagos, cual luces estroboscópicas de aquel espectáculo truculento de degradación, hacían aparecer y desaparecer en trallazos de rutilantes destellos a aquel monstruo de la naturaleza. "¡Vean a la mujer elefante, a la vaca bípeda, qué triste está!", se podía escuchar entre la vorágine meteorológica si uno aguzaba el oído, en un tono enfático y carente de toda conmiseración, como quien ilustra las penurias de un animal abyecto, una rata, una alimaña, una cucaracha o un perro enzarzado con un congénere en una pelea clandestina, que nos inspira asco y diversión sádica a partes iguales, pero ni un atisbo de compasión.

Avanzaba con la mirada inexpresiva, inerte, extraviada en el infinito, y las facciones esculpidas por el estupor y la desorientación, facciones pétreas que la acompañarían hasta el sepulcro. El sufrimiento escarbaba sus entrañas; y esta vez nada ni nadie podía actuar como bálsamo, porque todo, el mundo real y el imaginario, se había fundido en idéntico magma pestilente. Se sintió más sola que nunca, y un único pensamiento sobrenadaba en la turbamulta de sensaciones inconexas. Un pensamiento que se superponía a los latigazos de amargura, a las imágenes degradantes que corrían por su mente en una sucesión desbocada, desde su infancia a la actualidad, a las palabras y a las frases que le habían dedicado durante su existencia de animal deforme, de cerda mantecosa que todo el mundo rehuía ("Ahora ya te puedes bajar del coche"). Un pensamiento que se superponía, incluso, a la idea de suicidarse en aquel mismo instante, bajo el aguacero, para que los ríos que se formaban en la calle arrastrasen su cadáver de adefesio hasta las cloacas, de donde nunca debió haber salido.

Ese pensamiento consistía en correr hacia su casa con el firme propósito autodestructivo de engullir comida hasta reventar. De esta forma, antes de morir, asistiría a la destrucción de sus estómago, que emergería a borbotones rojos y calientes de entre las estrías que parcheaban su piel, una amalgama indisociable de tripas mezcladas con empanadas, torreznos asados, bollos, sirope de fresa, pasteles de crema, salchichón, buñuelos, trufas, macarrones con queso gratinado y tortillas de mil sabores, y todo aderezado de blancuzco dolor fermentado y hediondo.



3.-Disco: Román Alís/Salvador Espriu-Cançons de la roda del temps (¡Gracias, baby!)

Román Alís es (era, porque falleció en octubre del año pasado) compositor y profesor de conservatorio en Palma de Mallorca, su ciudad natal (y la mía, dicho sea de paso). Su música, como la de muchos compositores contemporáneos, no es de fácil digestión, pero tiene algo. Por encima de alardes técnicos o complejidades formales, la música de Román Alís habla a lo más profundo de la mente y la memoria.

Salvador Espriu es tal vez la mejor razón por la que algún día aprenderé catalán. Me encantan sus poemas, y la poesía traducida pierde mucho.

En este disco, cuyo nombre significa (corríjanme, por favor) "Canciones de la rueda del tiempo", se recogen doce canciones, con música de Román Alís sobre poemas de Salvador Espriu, en torno al tema del tiempo. Y ahora es cuando yo me quito el sombrero y les dejo con la obra de estos dos artistas:



CANÇÓ DE LA PLENITUD DEL MATÍ

Llum de retorn de barca:
la solitud guanyada.
A l'or caminat de día,
llum de retorn de barca.

Sóc. I e un lleu, benigne
hálit de vida d'aire,
per mar i somnis duia
la solitud guanyada.

(CANCIÓN DE LA PLENITUD DE LA MAÑANA

Luz de retorno de barca:
la soledad ganada.
En el oro caminado del día,
luz de retorno de barca.

Soy. Y en un leve, benigno
hálito de vida de aire,
por mar y sueños llevaba
la soledad ganada.)

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martes, febrero 27, 2007

SUSANA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

El pasado jueves estuve contemplando de cerca la obra de David Ymbernon. Pero no se imaginan de qué manera: tuve la inmensa suerte, el privilegio, de tener al mismo David como guía, y de que además me permitiera acceder a su estudio. Ymbernon, señores, es el nombre de una realidad paralela a la nuestra, preñada de magia y sorpresas. Yo iba por aquellas estancias blanco y naranja sintiéndome una pequeña Alicia, espiando con los ojos muy abiertos cada maravilla que iba encontrando por los rincones: una báscula en la que las plumas pesan más que el hierro, una cuadrilla de diminutos obreros que construye un huevo con alas, un paracaidista que desciende del techo, juguetes imposibles en cajas inventadas, un cerdito-violín que se mira al espejo... En la pantalla del ordenador, una chica baila la danza del vientre en una bañera de plumas, con el viento como única música, y más tarde un señor ya mayor hace un striptease cargado de inocencia y gracia, que se repite una y otra vez en forma de bucle. De vez en cuando, yo salía de mi admiración y hacía preguntas acerca de todo: "Y esto, ¿cómo se hace?" "Y lo otro, ¿por qué es así?" Y David, que había sacrificado las horas de que disponía para trabajar por estar allí, contestaba a todas con paciencia bovina, dejándose acribillar con una sonrisa, acentuando mi maravilla con cada respuesta.


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miércoles, febrero 21, 2007

¿OTRA DE MAGOS?

Cuando, hará cosa de un mes o dos, recibí un correo de un tal Sergio Parra (que a mí, para qué les voy a engañar, no me sonaba de nada), ofreciéndose a enviarme (¡gratis!) la última novela que había publicado para que, si lo juzgaba conveniente, la comentase aquí, lo primero que se me ocurrió fue mirar las estadísticas de CPA en busca de un milagro. Busqué en vano: seguíamos teniendo los treinta escasos y maravillosos parroquianos de toda la vida. Y razoné así: "Suponiendo que me guste el libro y la crítica sea positiva, y que más o menos a la mitad de nuestros lectores les apetezca comprarlo, dudo que los beneficios apenas le cubran al señor Parra los gastos de enviar el libro por correo certificado". Así que lo segundo que se me ocurrió fue: "Dios mío, consérvale a este caballero el don de la literatura, si es que lo tiene, porque para los negocios va de culo."

Bien, sentada mi opinión sobre la visión comercial de Sergio Parra, que al final es asunto de Sergio Parra y de su banco, vamos a lo que aquí nos interesa: la novela.

Jitanjáfora, que así se llama el libro que nos ocupa, es una novela de magos. Sí, como las de Harry Potter. Pero a las de Harry Potter, que a mí me chiflan, la deja a la altura del betún, porque Jitanjáfora empieza cuestionando la magia del abracadabra y termina por descubrir al lector la magia, mucho más abrumadora, de la condición humana. Con un estilo muy personal (un mestizaje exquisito entre el lenguaje de la calle y los arabescos más cultistas) y como a cuchilladas, con el vocabulario más rico que he tenido la dicha de toparme
(en ocasiones me recuerda este chico a mi idolatrado Luis Martín-Santos, el de Tiempo de Silencio, ¿se acuerdan?), cuenta Sergio Parra una historia que es a la vez una inmensa burla y un profundo análisis de todas las estructuras que anquilosan al hombre, desde los cuentos de hadas a la ignorancia y el miedo. Por ponerles un ejemplo: la escuela de magia está situada en un castillo austríaco, cubierto de siglos de tradición y con pesados tapices en el pasillo, símbolo de todo lo venerable, antiguo e inamovible. Pero unos metros más adentro se llega a la auténtica escuela: una gigantesca cámara hermética, aséptica y blanquísima e hirviente de trabajo y de personas que se esfuerzan hasta la extenuación por superar sus límites. Y, entonces, uno comprende la gigantesca broma que representa la cáscara exterior.

De esta novela, con su ritmo implacable y plagada de acontecimientos inesperados, se puede decir lo que de la mayoría no se puede: que después de terminarla uno ya no es el mismo. A pesar de los denodados esfuerzos de la editorial por venderla como un insulto a la inteligencia del lector medio (y el entero), lo cierto es que es una novela capaz de remover creencias arraigadas y prejuicios heredados durante generaciones; y de divertir muchísimo, con un humor sutil y agudo y a veces un poquito soterrado, para que pille de sorpresa. Con Jitanjáfora uno se contagia del entusiasmo de los personajes por ir más allá de sí mismos; por luchar, como Juan Salvador Gaviota, contra los extremos de sus alas, preparando una lucha sin cuartel contra un enemigo que desconocen. Y sabiendo que tal vez ellos no sean los buenos, porque en Jitanjáfora, como en la vida real, a veces no hay buenos ni malos, sino distintas formas de entender el mundo.

Juzguen ustedes mismos: les dejo con algunos de mis fragmentos favoritos de la novela. Pero, por cambiar un poco, esta vez se los voy a leer yo. Perdónenme el sonido pésimo y mis nulas cualidades interpretativas, amén de mi voz de flauta desafinada: la próxima saldrá mejor. Aún así, espero que merezca la pena. Suban el volumen (está muy bajito, si no salía con mucho ruido), cierren los ojos, y disfruten...

















Enlaces:

La Orden Jitanjáfora, blog de los alumnos de la Escuela de Magia Laica de Salzburgo.

Ocultando el sol con la cabeza de un alfiler. El blog de Sergio Parra, donde pueden leer sus artículos, fragmentos de novelas, e incluso leer y escuchar Las gafas de Platón (novela) enterita.

La factoría de memes. Un poco de todo, escrito también por Sergio Parra, que él sabrá de dónde saca el tiempo.

Actualización: Jitanjáfora y Frío están en Emule.

Segunda actualización: en este vídeo pueden echar un vistazo al castillo de Ramingstein (Austria), donde se ambienta Jitanjáfora, y al propio Sergio Parra colándose en el mismo sin permiso, a hurtadillas y con cara de cierta preocupación.




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martes, febrero 20, 2007

PARA LLEVARSE A LA CAMA...

"De aquella etapa recuerdo que arrojaba con alegría el tiempo por la borda, en la esperanza de que el globo alzara vuelo y me llevara a un futuro mejor. Loco anhelo, pues siempre seremos lo que ya fuimos."

Eduardo Mendoza, El misterio de la cripta embrujada.

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domingo, febrero 18, 2007

PACHELBEL ME PERSIGUE



¡¡Gracias, Fanshawe!!

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jueves, febrero 08, 2007

LA ORQUESTA (I)

De nuevo por aclamación popular de dos de ustedes (¿o fueron tres?) vamos a ofrecerles aquí las obras Pedro y el lobo y Guía de orquesta para jóvenes (aprovecho para pedirles un favor: si alguien tiene ésta última en la versión con narrador, le agradecería infinito que se pusiera en contacto con nosotros. No consigo encontrarla). Pero eso será en una próxima entrada. Antes, para que nos pille preparados e ir calentando motores, vamos a contarles un poco (para los neófitos) y a recordarles (para los viejófitos) algunas cositas respecto a la orquesta.

Ya dijo alguien que una bandeja es un grupejo de musiquejos: una orquesta es lo mismo. Hay varios tipos de orquesta, pero hoy, para no irnos por las ramas, nos vamos a ceñir a la orquesta sinfónica actual. Si quieren saber más (tipos, historia) les recomiendo encarecidamente el enlace, aunque aquí las iremos comentando más adelante, conforme vaya viniendo al caso. Como les iba diciendo, en el caso de la orquesta sinfónica podemos puntualizar que es un grupejo de unos ochenta o cien musiquejos.

PRIMERA PARTE: ORGANIZANDO EL COTARRO

Tradicionalmente, por razones logísticas más que nada, se han venido clasificando los instrumentos musicales en grupos. Ya sea porque sus integrantes tienen cierto parecido entre ellos, ya sea porque a veces cuando se juntan allí no hay quien se entienda, a tales grupos se les dio en llamar familias. ¿Y cómo se decide qué instrumentos forman parte de qué familia, y cuántas familias se hacen, y con qué criterio? Bueno, hay tantas formas de organizar los instrumentos en familias como señores que se han aburrido y han empezado a pensar en el tema: dos o tres, que yo sepa. Hace relativamente poco, en 1914, dos caballeros denominados Sachs y Hornbostel (uno denominado Sachs y otro denominado Hornbostel) idearon una clasificación bastante sensata, pero que no ha terminado de cuajar fuera de los colegios (en los colegios sí porque es la que viene en el libro, y claro, eso no hay quien lo discuta). La razón de que esta clasificación tan estupenda no haya cuajado es que ya había otra (enlace altísimamente recomendable, también), la de toda la vida, la de a mí me enseñaron así, y cuando algo "se ha hecho siempre de esta manera" (máxime si "siempre" significa "durante varios siglos"), no hay sensatez ni estupendez que pueda derribarlo. Así que, como esta clasificación (que tampoco es mala ¿eh?, para nada) es la que se van a encontrar ustedes en las páginas de internet, en los discos, las revistas y los conciertos, es la que hoy les vamos a contar aquí. Vengan conmigo: vamos a ir llamando a la puerta de cada familia y se los voy presentando, y también, si se descuidan (ellos) les vendemos una enciclopedia y tres folletos de los Testigos de Jehová (para aprovechar el viaje).

PRIMERO A: LA FAMILIA CUERDAS.

A esta familia pertenecen todos aquellos instrumentos que suenan gracias a la vibración de una o varias (normalmente varias) cuerdas. Tenemos, por ejemplo, a un grupito que a mí me recuerda mucho a los Hermanos Dalton: son cuatro, todos cabezones e iguales salvo en el tamaño. Estoy hablando, en efecto, de violín, viola, violonchelo y contrabajo. Esto es un violín:


Y así es como suena:



Esto es una viola, con su correspondiente instrumentista de gafas:



Y suena así:



Como ven, un poquito más grave, ya que es más grande y las cuerdas son más largas.

El violonchelo:


Alban Gerhardt, violonchelista.


Y el contrabajo:

Esteban Andrés Sebastiani, arquitecto argentino.



¿Hay más intrumentos que suenen con cuerdas? Piensen, piensen... Sí, el arpa, por ejemplo:





¿Otro? Muy bien, la guitarra:


Jérôme Ducharme, guitarrista



Y también el laúd:


Clara Sanabras, laudista.



¿Se nos queda alguno? Por supuesto, hay instrumentos (como la balalaika o la bandurria) que también son de cuerda, pero como no son muy usuales en las orquestas los vamos a dejar por el momento. Pero se nos queda otro, uno que sí suele estar en las orquestas. ¿Adivinan cuál es?

¿Alguna vez han visto un piano por dentro? ¿Han visto todas las cuerdas que tiene extendidas por las entrañas?



Son las que lo hacen sonar. Por tanto, también es un instrumento de cuerda:


"¿De cuerda? ¡¡¡NOOOOO...!!!"



Puede que alguien argumente que sí, que todos tienen cuerdas pero son muy distintos entre sí: en cada uno las cuerdas se tocan de una manera. Bueno, para eso se hizo una nueva clasificación dentro de la familia de las cuerdas, dependiendo de cómo se toquen éstas. En los "Dalton" (violín, viola, violonchelo y contrabajo), la cuerda, que suele estar hecha de tripa, nailon o metal, es frotada mediante un arco; razón ésta de que los que tocan estos instrumentos sean conocidos como "rasca tripas" o "rascas", y a los instrumentos propiamente dichos se les conozca como "de cuerda frotada" (y no "de tripa rascada", ¿eh?).

El arpa, la guitarra y el laúd se tocan dando pequeños pellizcos con un dedo (no sé si me explico) a las cuerdas: son de cuerda pulsada.

En el piano, las teclas accionan unos martillos que percuten sobre las cuerdas, así que es un instrumento de cuerda percutida.

Despídanse por el momento, porque seguimos nuestra visita.

PRIMERO B: LA FAMILIA VIENTOS.

En esta casa nos encontramos una fauna de lo más variopinta: todos aquellos instrumentos que funcionen por la acción del aire. Suelen consistir en un tubo más o menos grande, por el que se introduce una columna de aire que luego se modifica de una u otra forma para obtener distintos sonidos. ¿Se les ocurre alguno? Claro, un montón. Por eso, porque hay un montón, también se han hecho subgrupos en la familia Vientos.

Si se encuentran un instrumento con una boquilla (donde se pone la boca) en forma de copa, hecha de metal, en la que el ejecutante produce el sonido haciendo vibrar sus labios dentro (como un bebé cuando no quiere la papilla, pero sin escupir) es un instrumento de viento-metal.



Dentro de éstos tenemos, de más agudo a más grave (o de más pequeño a más grande):

Trompeta:


Un trompetista de Dakota.

Hay una trompeta aún más pequeñita, que se llama piccolo.

Trompa:


Jennifer Montone, trompa.

Trombón:

Se construyen de muchos tamaños, pero los más usados en la orquesta son el tenor y el bajo.


Javier Colomer, trombonista.

Tuba:


"Nosotros lo que queríamos montar era una tuna, pero
pillamos las tubas de saldo, y ya ven".


Ahora atención a esta obra, porque tenemos tres en uno. La primera melodía la interpreta una tuba. Cuando empieza la caña lo que entra es un trombón (esta obra es la pesadilla del trombonista novato, no se imaginan lo difícil que es), y cuando de nuevo va lento la melodía corre a cargo de la trompeta.



Y esto es una trompa, para mí uno de los instrumentos más bellos de toda la orquesta:



Está también el grupo de instrumentos de viento-madera. A ver si no me dejo ninguno. Tenemos, de nuevo de agudo a grave:

Flauta:


Katherine Calvey, flautista.

Suena soplando directamente dentro, a través del borde afilado de un bisel que hace vibrar la columna de aire. Aunque no se hace de madera, entra en este grupo, porque antes sí se hacían de madera y porque su sonido dulce es más característico del viento-madera que del viento-metal.



También existe una flauta más pequeña llamada flautín o, como la trompeta, piccolo.

Clarinete:


Oskar Espina Ruiz, clarinetista.

Suena gracias a una caña o lengüeta de madera (de ahí su inclusión en el grupo) que se coloca en la boquilla. Aquí tienen un vídeo sobre estas boquillas. No hace falta que se lo traguen entero, es para que la vean mejor:



Se hace en varios tamaños (por tanto, en varias alturas) desde el requinto, que es el más pequeño (y agudo), al clarinete contrabajo, que es el más grande (y grave):

Aunque el más usado es el clarinete soprano, uno de los medianos:

Oboe:

Suena debido a una lengüeta doble. El asunto de la lengüeta doble es casi una religión para los oboístas: se las hacen ellos mismos con una dedicación rayana en la obsesión, y dos oboístas pueden pasar horas (se lo juro) discutiendo sobre el grado óptimo de raspado de la caña.


La caña de la discordia.

El oboe tiene dos familiares muy cercanos: el oboe d'amore, que es un poco más grave, y el corno inglés, el más grave de los tres. Ambos se diferencian del oboe en que el pabellón (la campana por donde sale el aire) en el oboe es recta, y en los otros dos es curvada.


Giuseppe Falco, oboísta.

Saxofón:

Funciona mediante una lengüeta como la del clarinete. Se fabrica en varias alturas, desde el saxofón soprano (el más pequeño, recto) al saxofón bajo. El más usado es el saxo alto, aunque tenor y soprano también se usan bastante.



Aunque se incluye dentro de viento-madera por la lengüeta, su sonido brillante le acerca al grupo de viento-metal, por lo que hay autores que consideran a los saxofones un grupo aparte dentro del viento.

Escuchen qué maravilla de obra para saxo alto. Agrglglg...



Fagot:



Tiene lengüeta doble, como el oboe, y también un familiar más grande: el contrafagot.



Y nos queda un grupo dentro de la familia Vientos: los de acción mecánica o de fuelle. Este grupo solo tiene un miembro, el órgano, y se llama así porque que el aire no sale de los pulmones del sufrido instrumentista sino de un gigantesco fuelle (antiguamente, ahora suelen ser eléctricos).


Órgano de la Catedral de Sevilla.



Vamos a por la última visita.

PRIMERO C: LA FAMILIA PERCUSIÓN.

En esta familia están los macarras del grupo, los que solo funcionan a porrazos. Y cómo no, también se han formado subgrupos aquí.

Unos son los instrumentos de percusión afinados, es decir, aquellos que pueden producir varias notas, los que pueden interpretar una melodía. Entre ellos:

Marimba:



Vibráfono:



La marimba y el vibráfono usan el mismo sistema: sobre tubos de metal de distinta longitud se colocan unas placas, que al ser golpeadas hacen vibrar el aire dentro del tubo. La diferencia es que en la marimba las placas son de madera (normalmente de palisandro) y en el vibráfono son de metal. Aquí los pueden escuchar a los dos:


Carillón:





Campanas tubulares:



Timbales:



El otro subgrupo son los no afinados, con los que no se pueden hacer melodías, solo ritmos. Por ejemplo:

Caja:



Bombo:


Koen Wilmaers, percusionista.

Pandero:




Castañuelas:



Gong:





... Y un largo etcétera.

SEGUNDA PARTE: Y YO, ¿DÓNDE ME PONGO?

Cada músico tiene un sitio asignado dentro de la orquesta. Las orquestas se colocan de un modo determinado para tratar de que el sonido llegue de la forma más equilibrada posible al espectador, pero no es algo inamovible. El compositor Debussy, por ejemplo, prefería que las cuerdas se colocasen alrededor de los demás instrumentos, en lugar de delante. En mi banda tuvimos un director que nos colocaba por orden de travesura: ponía a los más traviesos a su alrededor para tenerlos controlados. De cualquier forma, el orden que normalmente se utiliza, el que se van a encontrar en cualquier concierto, es este:




TERCERA PARTE: ¿CUÁL ES CUÁL?

Y ahora la prueba del algodón. ¿Recuerdan todos los instrumentos que hemos visto? Denles un repaso a los que les hayan resultado extraños, si quieren, y vuelvan aquí. ¿Listo? Bien.

Este ejercicio hay dos maneras de hacerlo: normal y con un par. Pueden hacerlo primero normal, y luego con un par, o primero con un par y luego normal para comprobar los resultados. Ustedes eligen.

Modo normal: En el siguiente vídeo, traten de reconocer todos los instrumentos que puedan.

Modo con un par: Igual... pero con los ojos cerrados. No vale hacer trampa.


Si los aciertan todos, prometo escribir al director de la orquesta y recomendarle un buen peluquero. Las soluciones, en una próxima entrada. De momento, a modo de resumen, les dejo con esta orquesta tan simpática que se ha dejado caer por aquí:

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